
Al involucrarnos de lleno en el cuidado de adultos mayores o dependientes, cada gesto cuenta, por pequeño que parezca. Aspectos tan cotidianos como el aseo diario, los cambios posturales en la cama o el traslado de una estancia a otra pueden entrañar riesgos para ambas partes si no se aplican las técnicas de movilización apropiadas.
Conocer a fondo el estado físico y cognitivo de la persona, además de tener nociones en estas técnicas, nos ayudará a evitar lesiones y realizar esfuerzos innecesarios. Te contamos cómo aplicarlas de forma segura, empática y respetuosa, mejorando la calidad de vida de la persona a la que cuidas, pero también protegiendo la tuya.
Las técnicas de movilización son la serie de tácticas empleadas para modificar la posición, mover de una superficie a otra (como, por ejemplo, de la cama a una silla de ruedas) o trasladar a una persona entre espacios. Estos métodos se aplican tanto a pacientes encamados, personas con movilidad reducida como a personas mayores y/o dependientes para que realicen con normalidad actividades cotidianas.
Son fundamentales para garantizar un buen cuidado, por lo que exigen cierta formación, experiencia y dedicación por parte de quienes asumen los cuidados. Sólo a través del aprendizaje, se pueden garantizar unas movilizaciones seguras, imprescindibles para mejorar la calidad de vida de adultos mayores y sus cuidadores.
Estos métodos, aplicados de forma segura, ayudan a mantener la salud física, psicológica y social de las personas mayores y/o dependientes. Emplear correctamente las técnicas de movilización trae consigo las siguientes ventajas:
Tanto el paciente como la persona cuidadora pueden sufrir serias consecuencias si las técnicas de movilización no se aplican correctamente. Para el adulto mayor, estos errores pueden desembocar en caídas, lesiones articulares, dolores musculares o, en los peores casos, fracturas (que pueden agravarse si padecen osteoporosis). A su vez, una mala experiencia trastoca la confianza entre ambas partes, pudiendo tener miedo a los traslados y no mostrar colaboración.
En el caso de las personas cuidadoras, los riesgos más extendidos son las lesiones lumbares, sobrecargas musculares y dolencias en hombros y/o muñecas. Si el malestar es continuado, puede derivar en trastornos crónicos que limitan la capacidad física, además de sufrir síndrome del cuidador (o burnout), como veremos más adelante.
Los errores están garantizados si aplicamos técnicas de movilización a las personas bajo nuestro cuidado pero no tenemos en cuenta ciertas consideraciones previas. Es muy importante conocer al detalle su condición física y cognitiva: esto nos ayudará a saber cuáles son los mejores métodos para cada caso, además de comprender cómo el entorno puede jugar en contra o a favor.
Tener conocimiento del estado físico, es decir, cómo es su fuerza muscular, movilidad articular, capacidad de resistencia, flexibilidad o el peso, permite adaptar con efectividad y seguridad las movilizaciones a cada persona. A su vez, saber cuál es su estado cognitivo actual —por ejemplo, un déficit cognitivo leve o una enfermedad de Alzheimer más avanzada—, ayuda a anticipar posibles escenarios, como episodios de agitación en ancianos, evitando movimientos bruscos o caídas que empeoren una situación ya de por sí complicada.
Una movilización 100% segura y eficaz requiere de una preparación del entorno, asegurando un espacio libre de obstáculos para trasladar a la persona al minimizar los riesgos. Eliminar todo tipo de obstáculos que dificulten las técnicas de movilización es clave para la seguridad y tranquilidad de ambos implicados.
A su vez, existen recursos imprescindibles para el día a día de algunas personas: grúas, sábanas deslizantes o andadores. Estas herramientas reducen el esfuerzo físico de las personas cuidadoras, y deben seleccionarse de acuerdo a las necesidades y capacidades del adulto mayor.
Adoptar una postura óptima para aplicar técnicas de movilización prevendrá de sobrecargas y lesiones evitables. Para llevarlas a cabo, es importante:
La ergonomía, por su lado, ayuda a reducir el desgaste físico y la exposición a riesgos, pues se basa en la adaptación de los espacios y circunstancias a las personas cuidadoras, y no al revés. Modificar el entorno o informar a los mayores de cada movimiento que se va a realizar son algunos ejemplos de esta disciplina aplicada a los cuidados.
Una comunicación respetuosa y clara es también una parte inherente de las movilizaciones. Es importante que, incluso si la persona no es capaz de responder, expliquemos paso a paso y en un tono calmado lo que vamos a hacer, logrando una confianza y colaboración mutua.
Por otro lado, la escucha activa también nos allana el terreno. Adaptar los ritmos y traslados a cada necesidad ayudará a reforzar los vínculos, pues con un enfoque empático trabajamos por preservar la dignidad, bienestar emocional y aseguramos una vida más activa a quien recibe los cuidados.
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Tras tener una visión más clara de las condiciones y necesidades de la persona a cuidar, podemos conocer una serie de técnicas de movilización que pueden hacer más llevadero y sencillo el día a día. A través de ellas, podremos realizar cambios posturales, traslados entre estancias o incorporaciones de forma segura. A continuación, te damos algunos ejemplos de las movilizaciones más utilizadas:
Las técnicas de movilización en cama son un clásico para evitar complicaciones por inmovilidad prolongada en pacientes encamados. Al aplicarlas en el cuidado de personas dependientes, modificaremos la posición a quienes no pueden hacerlo con autonomía, esquivando problemas como: úlceras por presión, problemas circulatorios o rigidez muscular, entre otros.
Existen diversas subtécnicas, como:
Existen muchas formas de sentar o levantar al paciente en la cama, dependiendo de su nivel de autonomía. La movilidad del paciente en enfermería es un factor clave a considerar en estos casos. La forma más habitual y sencilla es hacerlo mediante una eslinga de elevación de pacientes.
Existe un amplio despliegue de ayudas técnicas, entre las que encontramos grúas, sábanas deslizantes, cinturones de transferencia o sillas de ruedas, grandes aliados de los traslados y de minimizar el esfuerzo físico de las personas cuidadoras. Es muy importante estudiar con detenimiento el dispositivo que mejor se adapta a las necesidades de movilidad, además de tener nociones de cómo utilizarlo correctamente.
Un mal uso de estas herramientas en mitad de las técnicas de movilización puede ser tan peligroso como prescindir de sus ventajas. Por ello, se recomienda recibir una formación básica sobre su manejo y seguir siempre las instrucciones que facilita el fabricante.
A la hora de hacer movilizaciones, también debemos diferenciar entre su carácter activo o pasivo. Los métodos activos se dan cuando la persona mayor es capaz de participar en el movimiento de forma total o parcial. Para aplicarlos con éxito, se recomienda que la persona conserve algo de fuerza y control mejor, pues se fomenta su implicación y colaboración en el proceso, mejorando también su autoestima.
Por otro lado, las técnicas de movilización pasivas pasan entran en juego cuando la persona no puede colaborar por sus propios medios, ya sea por debilidad, dolores crónicos, poca movilidad, discapacidad o deterioro cognitivo. En este caso, la persona cuidadora debe extremar la atención y realizar los movimientos de forma progresiva, priorizando siempre su integridad física.
Subestimar la seguridad en algunas técnicas de movilización que, aunque a priori puedan parecer sencillas, puede poner en riesgo el bienestar de la persona mayor y su cuidador. El desgaste físico también puede jugar malas pasadas al provocar molestias o lesiones. Al conocer los errores más comunes de estos métodos iremos varios pasos por delante, garantizando movilizaciones seguras y efectivas.
El refranero no da puntada sin hilo y «más vale maña que fuerza» es el recordatorio ideal para estos casos donde, sin quererlo, podemos pecar de un exceso de fuerza o movimientos bruscos. Una movilización correcta no depende de la fuerza que apliquemos, sino de la habilidad con la que llevemos a cabo la técnica y cómo sepamos aprovechar el entorno.
Si hacemos más fuerza de la necesaria, es doloroso para la persona, podemos infundirle miedo y, además, en el peor caso, podríamos provocar una lesión evitable por completo. Estos errores suelen darse ante el desconocimiento, la falta de comunicación y planificación, y las prisas, comprometiendo el vínculo entre ambas partes.
Otro de los errores que más se repite es la aplicación de las mismas técnicas de movilización para cualquier situación que se plantee, desoyendo las necesidades y capacidades reales de la persona. Esta falta de atención puede provocar incomodidad, desconfianza o miedo para colaborar en futuras movilizaciones, o incluso agravar problemas físicos ya existentes.
Para hacer más cómodo el proceso, observa con atención tanto a la persona, al entorno y a ti mismo, comunica cada movimiento que vayas a realizar y evalúa en todo momento el estado de las capacidades de la persona, pues esta forma de actuar es clave para que los cuidados sean un proceso consciente y personalizado.
Quitar peso o ignorar los gestos o expresiones de dolor durante una movilización puede acarrear consecuencias físicas y emocionales. En algunos casos, las personas no siempre pueden expresarse verbalmente, sino que emiten gestos de tensión, muecas o resistencia al movimiento. Desatender estas señales aumenta el riesgo a sufrir una lesión evitable y que se resienta la confianza que la persona mayor deposita en su cuidador.

Para garantizar el bienestar en los cuidados, los conocimientos y las técnicas de movilización se ven complementados si hacemos uso de herramientas adecuadas que facilitan todo el proceso. Existen multitud de recursos y ayudas técnicas específicamente diseñadas para asistir los traslados, reduciendo el esfuerzo físico de las personas cuidadoras y aumentando la seguridad del proceso.
Si por tus propios medios se te hace muy cuesta arriba hacer movilizaciones seguras, es posible que sea el momento de buscar apoyo técnico. Si necesitas una orientación en profundidad, lo mejor es que busques asesoramiento con un profesional de la salud o un terapeuta ocupacional antes de adquirir cualquier dispositivo.
Entre los dispositivos más útiles destacan grúas de traslado, sábanas deslizantes, los cinturones de transferencia y las barras de apoyo. Cada uno de estos elementos están pensados para reducir el esfuerzo físico de los cuidadores y prevenir accidentes. Ayudarse de estos recursos permite aplicar con mayor eficacia y tranquilidad las técnicas de movilización necesarias.
Además del uso de ayudas físicas, muchas personas mayores que conviven a diario entre movilizaciones cuentan con un servicio de teleasistencia al que alertar en caso de emergencia. Esta prestación aporta una gran tranquilidad al usuario y a las personas cuidadoras, pues actúa como un respaldo profesional ante imprevistos, las 24 horas, los 365 días del año, favoreciendo una atención personalizada, segura y completa en el hogar.
El cuidado de la piel es muy importante en este sentido, pues muchas personas mayores o dependientes que precisan de movilizaciones en su día a día corren riesgo de sufrir úlceras por presión, por lo que es imprescindible evitar el uso de ropa ajustada y las arrugas en la ropa de cama. Su vestimenta debe ser cómoda, fácil de poner, transpirable y flexible, facilitando sus movimientos.
Llevar el calzado adecuado también es clave para evitar caídas en los adultos mayores. A la hora de escogerlo, debe ajustarse bien al pie, que tenga suelas antideslizantes y que ofrezcan un buen soporte. Estas pequeñas adaptaciones para la ropa ayudarán en la aplicación de técnicas de movilización más seguras y cómodas.
Recibir formación específica sobre métodos de movilización y transferencias es la base en la que se asienta el bienestar de las partes implicadas, independientemente de si la persona dedica su vida profesional a los cuidados como si no. En la actualidad, existen muchos cursos que ofrecen conocimientos técnicos, gestión emocional y comunicación empática, fundamentales para no comprometer la salud de quienes cuidan. Algunos de ellos son:
Cuidar de otra persona es un acto que requiere dedicación, empatía y paciencia, pero también implica un gran desgaste de energía. Es fundamental que quienes asumen este rol también establezcan rutinas de autocuidado para que su propio bienestar nunca pase a un segundo plano.
Soportar un desgaste físico continuado forma parte del cuidado de una persona dependiente, y los cuidadores tienen un riesgo mayor de sobrecargar su cuerpo. Para reducir esta presión, es necesario hacer ejercicios donde fortalecer la espalda, hombros y piernas, además de mejorar la postura. ¿Los más aconsejados? Una combinación de planchas, sentadillas, elevaciones de talones, puentes de glúteos y levantamientos de pesas.
Por otro lado, hacer estiramientos al menos tres veces a la semana ayudará a mantener la flexibilidad y aliviar la rigidez muscular, sobre todo en el área de la baja espalda y las piernas. A través de ejercicios de bajo impacto, como el yoga y el taichí, podemos notar mejoría a la hora de afrontar los cuidados diarios.
Realizar técnicas de movilización a diario aumentan el riesgo de sufrir una lesión, sobre todo en áreas forzadas por estos movimientos, como espalda, hombros o muñecas. Algunas señales que alertan de sobrecarga son:
Si este dolor es recurrente, es el momento de pedir ayuda, ya sea bien a través de dispositivos de asistencia como los arriba mencionados, consultar si realmente estamos aplicando bien o no las técnicas de movilización o acudir a un fisioterapeuta.
Los cuidados, en muchas ocasiones, son muy solitarios. Según el VI Barómetro sobre el Autocuidado, el 32% de la población española se encarga en su totalidad del cuidado de un adulto mayor. En estos casos, la sobrecarga puede llegar a ser tan grande que se manifiesta en el síndrome del cuidador.
Este trastorno se manifiesta cuando al cuidar de una persona enferma o dependiente, se experimenta un estado de estrés continuado. Muchas personas cuidadoras anteponen el bienestar de la persona dependiente al suyo propio, lo que puede derivar en trastornos de ansiedad o depresión. Este síndrome también se caracteriza por un cansancio excesivo, sentir ineficacia a pesar de realizar adecuadamente tu cometido, impotencia emocional, pérdida de la identidad o responsabilidad.
Es importante que, si te encuentras en esta situación, conozcan que existen multitud de recursos a los que puedes acudir siempre que los necesites:
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